Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














martes, 1 de noviembre de 2011

de Duong Dong a An Thoi por carretera de tierra. 59 km.

Tempranito, después de comer unas tostadas con mantequilla, café con leche y un mango, con Rocinante engrasado y el equipo en su punto, partí rumbo al sur, esperando, no sé porqué, una carretera cuesta abajo y en buen estado. Ninguna de las dos cosas se cumplieron, pero el día no ha podido ser más bonito.
Los primeros metros, pelín cuesta abajo y de asfalto, dieron paso a una carretera de tierra roja, razonablemente compacta.
Hacía un día precioso, limpio, poca brisa y a favor y un tráfico muy suelto, que para nada, excepto cuando se trataba de un coche, levantaba polvo. Así llegue a un poblado de pescadores, con tiendas y puestos a ambos lados de la carretera. No pude evitar parar y sumergirme en la vida local, tanto, que una ola que no ví llegar, me lleno y empapó las zapatillas de "romano" que uso para la bici (y para lo demás, ya que son las únicas que llevo, además de la típicas chanclas), jajajaj.
En ese poblado, me tomé el primer refresco del viaje y compré un mango en su punto, que guardo como oro en paño, en la nevería del bungaló. Lo de "su punto", tiene su miga, ya que hasta ahora, los mangos que he comprado, sin excepción, tanto enteros como partidos para su uso, son verdes, duros y nada jugosos. Los maduros, como el de hoy, solamente los tienen para las grandes fiestas, debe ser.


La verdad es que me llama la atención los inventos navegables que se fabrican


Con la señora de azul, me quisieron casar




Dejé el mango en la nevera de la tendera, para recogerlo a la vuelta, y continué mi camino. Llevaba como una hora de viaje, y había parado como 5 veces, por lo menos. Es que todo llama mi atención.
Cómo no, también me la llamó una familia que estaba entre la carretera y el mar, sentados en el suelo y con una colección de cocos a su alrededor. Bueno, 6 o 7.
Cuando paré, para intentar que me vendieran uno, vi que la mujer los estaba pelando, lo cual me cambió el rollo, pues cuando los tienen para vender, los tienen enteros.
A pesar de ello y, gracias a la buena respuesta que tienen en mi cuerpo cuando pedaleo, les pregunte que si me vendían uno. La respuesta, me dejó helado. Me dijeron que sí, pero al preguntar el precio, el hombre, poniendo ambas manos para arriba, con los dedos separados, las agitó a derecha e izquierda, repetidamente.
E hilé. Recordé que, en un hotelillo de los que paro, al coger la habitación, el muchacho que me la enseñaba, abrió la nevera y señalando a las cervezas, dijo x dongs. Señalando los refrescos, dijo x-2 dongs, y señalando otras cerveza más caras, dijo x+2 dongs. Pero también había agua y fresquita, que era justo lo que yo quería, pero ni las señaló y, sin embargo, cerró la nevera.
Entonces yo, sorprendido, la volví abrir, y señalando al agua fresquita, le pregunté: ¿cuántos dongs?. Y él, poniendo los brazos en cruz, con las manos para arriba, las agitó, con una gran sonrisa. Me quedé de piedra, y le volví a preguntar: ¿cuántos dongs el agua fresquita?. Y repitió la operación, con más risa, de lo que deduje, que eran de regalo. Y así fué.
Asumido que el coco, era de regalo, me senté con ellos y esperé a que me destaparan uno, cosa que hicieron, no con uno si no con dos. Me los bebí en un santiamén y, además, cuando me los acabé, de un par de machetazos, los abrieron, prepararon una laja de coco y, raspando la pulpa, me los dieron a comer, metiendome ésta en la boca, como suelen hacer cuando tú no tienes ni idea de cómo continuar. Al irme, como agradecimiento, les dí 10.000 dongs. (es lo que suele costar un coco)

Continué mi camino, cada vez más bonito y, cada vez más a gusto, Hasta que, tras más paradas para fotos, llegué a un poblado de pescadores donde me comí una de mis sopas vitales. Ahí, me enseñaron cosas de vietnamita, que ya he olvidado pero que espero, poco a poco, ir aprendiendo.

Igual que se hacen una cesta, se hacen un barco

Puerto pesquero de An Thoi


Y andando, andando, bueno, bicicleteando, bicicletando, llegué cerca de un cruce, donde paré a preguntar por la dirección que tenía intención de seguir. Me quité mis gafas de sol y las coloqué en un lugar, en la bici, que hasta ahora, me ha servido para ello y que nunca me dio problemas . Estas gafas, regalo de mis hijos, y muy buenas y bonitas y a las que tengo un gran aprecio, son de marca y además de Ducati.
Bueno, pues por los baches de la carretera, se cayeron sin darme cuenta.
Detrás venían unos australianos en una moto con la rueda pinchada y que iban parando cada poco. De mi parada, a cuando ví que las había perdido, no había más de cien metros.
Ellos pararon, yo les adelanté, ellos me adelantaron y.... me di cuenta de que las había perdido.
Volví como una exhalación sobre mis pasos, pero las gafas habían volado (son buenas, son bonitas pero no tienen alas).
Maldije mi suerte. Chillé a voz en grito: mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, para conjurar mi mala suerte y para poder soportar el shok que me produjo.Y continué hasta llegar a An Thoi.
Iba cruzando el pueblo despacio, apesadumbrado, maldiciendo la perdida, cuando, en el suelo, junto a una moto detenida en una frutería, con los malos australianos, había unas gafas negras, como las mías, con el símbolo de Ducati en las patillas. Los ojos, salieron disparados de sus órbitas hasta pegarse a ellas y yo, con el corazón latiendo a 200 pulsaciones, giré sobre mi mismo y me tiré a por ellas. Eran mis gafas. No había duda. De no haber sido tan peculiares, no me habría atrevido a cogerlas, pero eran las mías.
El australiano y su chica, no sabían dónde meterse, pero para mí, el cielo se abrió, el sol me inundó con su calor y mi dicha, subió muchos enteros. No había lugar para discusiones. Y no las hubo. Intercambiamos los típicos de donde eres y tal, y continuamos nuestro camino. El, supongo que triste por la pérdida de su hallazgo y yo contento de su encuentro.
A partir de ahí, con ellas puestas, me interné en una preciosa selva y departí, con unas vacas, cosas que sólo los viajeros, podemos hacer.



Ya de vuelta, con casi todo hecho, me compré un antifaz para el polvo, muy típico de aquí, y ví un conjunto de vegetación que me permitía esconder la bici, cambiarme de ropa para ponerme el bañador y darme un muy apetecible baño. En esas estaba, sacando de la mochila el bañador y la toalla, cuando ví, que un lugareño se aproximaba en mi dirección. Vaya, pensé, que mala suerte. Toca esperar. (he de recordar que estaba escondido en un macizo de naturaleza verde).
El hombre, que no me había visto, llegó hasta el macizo, se bajó los pantalones y se puso a plantar una estaca. Con discreción, me alejé, a la sombra de su vista y para no molestarle en sus menesteres. Menesteres que, cosas del destino, le llevaron más tiempo de que yo hubiera deseado. Finalmente, el hombre se fué y yo volví a Rocinante, pero había un olorcillo nada motivador. Total, que recogí los bártulos, recogí en el poblado el mango fresquito y continué hasta los bungalós donde, ahí sí, me di un largo y relajante baño.

2 comentarios:

  1. Pues albricias por la perdida y el hallazgo!!!!

    ¡Que apasionante es leerte...! Oye, a la vuelta un libro, eh?...

    Un fuerte abrazo y mucho animo...!!!!

    ResponderEliminar
  2. Que sepas que el blog nos tiene enganchados¡¡

    Abrazos,

    Gemma(tu ex vecina)

    ResponderEliminar

Por favor, sea respetuoso con sus comentarios. Gracias. Aquellos que contengan insultos, u ofensas a razas o religiones, serán borrados.