Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














martes, 29 de noviembre de 2011

65 km. Siem Reap. Visita a los pueblos acuáticos y al bosque inundado (Roulos).

 






Ganas tenía ya de pedalear un poco en serio. A las 7 del a mañana, salíamos a ver el bosque inundado y el pueblo acuático que están en el lago Tonle Sap Lake. Con la fresca, porque aquí, en cuanto te descuidas, das un estornudo, desayunado unas frutas con yogur y muesli, la ropa limpia y cargadito de agua, que la comida ya la haría por el camino. enfilé la 6 en dirección contraria, jajaja. Como íbamos impetuosos, pues hasta que no me topé con los carteles que me sacaron de mi engaño, no me enteré.
No obstante, para confirmarlo, paré a preguntar y, efectivamente, iba que me iba en la dirección equivocada. Casi 5 km., de ida y otros tanto de vuelta. Es una pena, porque por aquí el tráfico era escaso y por el lado bueno era infernal, sobre todo por la polución. Pero no importaba, eran tantas las ganas que me habría dado la vuelta al mundo en dos pedaladas.
Una vez en el buen camino, la cosa era ir atento para no pasarme el desvío. Como quedaban muchos kilómetros, iba relajado pero, a pesar de ser pronto, el agua ya estaba un poco templada, así que paré a beberla fresca de un puesto. En ello estaba, cuando pasó un bicicletero a todo trapo seguido de un tuctuc.
Apuré el agua y salí ciscado a por él, buscando compañía y estímulo. Hidratado como una esponja, los alcancé en menos que canta un gallo, aunque tuve que emplearme, oscilando mi velocidad entre los 24 y los 29 km/h. Como comprobé después, el mantenía un ritmo constante de 21-23 km/h y el tuctuc pegadito a él. Me planté detrás del tuctuc, pero eso no me gustaba, así que en un ímpetu, le adelanté y me puse al rebufo del ciclista. Era un hombre más o menos de mi edad, quizás algo más mayor, que en cuanto me vio por el rabillo, empezó a acelerar, poniéndose de pie sobre los pedales. Rocinante se puso echo una furia y sin que pudiera impedirlo, aceleró tanto que le dimos tal lijada que aún le sangra el lado izquierdo, jajaja. Le saludé, eso sí, y el también a mí.
Pero estas cosas no me gustan, prefiero ser más cortés y educado, mantenerme tras él y dejarme llevar, porque se nota, y bastante. Pero Rocinante no estaba por la faena y, en nada, le sacábamos 100 metros.
Ocurre que Rocinante es una cosa, pero yo soy otra y, cinco minutos después, yo rendía el alma y tuve que reducir a 19-21 km/h. Y claro, poco a poco se acercaba. Menuda la hemos liado, pensé. Pero no hube de preocuparme porque se ve que a él le paso lo mismo y la distancia se mantuvo. Así fuimos unos kilómetros, hasta que paré a preguntar otra vez por mi destino. Entonces me pasaron.
Nos pusimos en marcha y otra vez que Rocinante empieza a acelerar. Ahora, los que nos sacaban 100 metros eran ellos. Más kilómetros, pero nos acercábamos poco. Pensando que ellos van al mismo sitio que yo, pues por esa ruta hay pocos destinos turísticos, o sea, de visita, espoleo a Rocinante, pongo los codos en el manillar para no ofrecer resistencia y, empujando con fuerza, nos ponemos a 29, 30, 31, 32, 33 km/h. Los cogemos en un santiamén, tiro de riendas y decido quedarme a rebufo del tuctuc. Ya vale de tonterías. Hasta que nos vuelve a ver al ciclista que, como antes, imprime una velocidad de crucero cada vez mayor. Y, cuando ya el tuctuc empieza a distanciarse de él, le paso y me pongo tras su bici. Iba nervioso, se ve, pues yo veía la cadena subir y bajar por los piñones sin sentido. Menudos pavos estamos hechos los dos, pensé riéndome. Pero ni le pasé ni se dejó pasar, así que hasta que no llegamos a un desvío, que el pasó de largo, yo no paré. Y el tuctuc, también paró conmigo.
El hombre, todo amable, se ve que estaba alucinando con el comportamiento de los dos y me preguntó a dónde iba. Se lo dije y..., te has pasado de largo, me dijo. Vuelve para atrás y, en la primera a la izda de asfalto, que veas, te metes. Mas o menos, tres kilómetros.  Nosotros vamos a Ben Mealea y luego le traigo en el tuctuc. ¡Vaya día!, jajaja. Me está bien empleado, por gilí.
Ya solo, paré en un puesto a tomarme un zumo de caña y, aprovechando el tirón, a comer en el puesto de al lado, donde la señora no cejaba de llamarme. Me senté a comer. Tenía una especie de crep que hacen de huevo y que están muy ricas. Luego, al doblarlas, las rellenas de hierbas, gambas pequeñinas y otras cosas. Coge un tazón y echa una, luego otra y luego otra y luego otra. Se ha vuelto loca, pienso. Cuando yo las he comido por otros sitios, sólo te ponen una. Las aplasta y les echa un caldito por encima, cacahuetes tostados picados y me lo sirve. Si me lo como reviento, pienso. Ya veremos que tal me cae. Y empieza a vacilarme. Me decía, creo, que me quedara en Cambodia con ella. Nos reímos un montón y cada vez está más lanzada. Empieza a darme golpecitos en el brazo y hablar con las vecinas, todas muertas de risa, igual que yo. Como me hago un lio con los palillos, me los quita de la mano y, en un alarde de amabilidad, empieza a darme de comer como si fuera un niño. Ella coge comida, me la lleva a la boca, que yo abro y, haciendo como los bebés cuando comen y diciendo haaaaaaAAAAAMMMM, engullo lo que ella deposita. Se desternillan de  la risa con el hammmm. Así, hasta que me ceba. Ya hay corrillo y todos se mueren de la risa. Después me dice por gestos que me cuidará mucho, que me arreglara el pelo y me dará caricias en la cara. ¡Qué morro tiene!, jajajaj. Ha sido genial. Qué falta me hacía relacionarme con ellos otra vez.
Muy bien comido, y muy poco cobrado, llego al fin de la carretera. Y taquilla. Hoy no hago ascos. Me piden 30$ por la excursión de dos horas y media en barco. Casi me da un patatús. Como me he quedado blanco, me dicen que si consigo un compañero, me cobran 20. A buscar compañero, me digo. Y, en eso, llega un alemán solitario. Como a él le dicen lo mismo, nos ponemos de acuerdo y nos hacemos amigos de conveniencia. Nos subimos a un barco que nos lleva por el lago, por pasillos acuáticos, entre plantas y arbustos, hasta un bar acuático. Nos depositan allí y no hay escapatoria. En el bar, nos ofrecen un paseo en piragua de madera, del país, por el bosque acuático. Tres dólares cada uno. Aceptamos. Menos mal. Qué bonito. Es como un bosque encantado. Lo lleva, con un remo, en la punta delantera, una chica joven que no sé ni como puede moverse entre las plantas. Tras un buen recorrido, volvemos al bar, nos montan en la motora y entramos en el grueso del lago Tonle Lap Lake. No se ven las orillas de enfrente ni por asomo. Parece que estamos en el mar.
Y después, volvemos a las taquillas. A Rocinante no le han quitado nada de sus pertenencias y nos ponemos de nuevo en marcha. Estoy tan relajado que me meto por un camino y llego a una casa donde están preparando los adornos para una boda. Es genial. Todo lo hacen a mano con cosas de la naturaleza.
De vuelta, me desvío para ver un templo, pero no llevo la entrada conmigo y no me dejan pasar. A casa. A comer un buen arroz y descansar, que ya es hora.
Pero antes paro en un puesto lleno de baterías. Aquí tienen problemas con la luz y, buena parte de ella, procede de generadores eléctricos a gasolina, por lo que la luz es carísima. La gente utiliza muchas baterías y todas las mañanas, las llevan a cargar. Por la noche, las recogen.




















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