Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














domingo, 20 de noviembre de 2011

Phnom Penh-Skun, 82 Km. Cambodia

Phnom Penh-Skun. 82 km.
Son las dos de la mañana del día siguiente al de la etapa de salida. Quiero decir que ya he salido, que ya no estoy en Phnom Penh, sino  en Skun, a 81,5 km., de etapa gloriosa. ¿Porque ésos kilómetros son gloriosos, no?. Todo empezó cuando a las 6,40, arrancaba de la puerta del guesthouse, de la 172. Salí, con la ruta bien estudiada. Vaya, tampoco era para tomar apuntes. Avenida del rio hasta llegar al puente que lo cruza, cruzarlo y "todo para delante en cada instante". Ante la duda, la más ancha o en mejor estado.
En mi cabeza llevaba un desayuno que aún no había tomado. Los puestos estaban en fase de montaje y tocaba esperar. Hacía una mañana fresquera, para lo que aquí se estila, y se pedaleaba con placer, a excepción del polvo que, la carretera engravada, despedía. Hoy no me he marcado el ritmo, pero las piernas funcionaban solas estupendamente. A lo lejos, un puestecillo de lo que parecen ser cometas. ¡Ah, es sábado y la gente saldrá al campo!, me digo. Son sencillas y coloridas, de plástico y un padre y su hijo, se ríen cuando ven que me paro para hacer una foto.
Un poco más adelante, una tienda panadería bollería. Mmmmmm. Compro un par de súper pastas grandotas, como esas que nos ponen las abuelas, cuando las visitamos, pero mucho más gordas y grandes. Como de 15 cm., de diámetro, pensando en comerlas acompañadas de agua, en cuanto tenga una oportunidad. Dicha oportunidad llega más a delante, cuando, desde la carretera, veo un pequeño restaurante ya montado, con un hombre llevándose hilos blancos a la boca de un tazón. Detengo a Rocinante, dejamos las súper pastas para el resto del día. Plato de arroz con carne y pepino. Bien servido. Y para beber una Mirinda, jajaja. Cómo cuando era peque, aquí todavía hay mirindas. El recuerdo del sabor que yo mantengo en mi cabeza, no coincide con el de aquí, pero tengo entendido que las marcas adaptan los sabores a los gustos del país. Aproveché para ajustar el asiento (tensar la piel) y la altura del manillar, porque el dolor de hombros y manos, junto con el del "pirineo", no eran normal. Y muchísimo mejor.
Y a dar pedales, que la mañana tiene que dar de sí. En mis notas, tenía previsto recorrer 61,2 km., hasta llegar a una población con hotel. Y todo ello, hacerlo hasta las 12 o 13 h., como máximo, cuando empieza a apretar el calor. Pero eso es la teoría que luego hay que poner en práctica. Primero de todo, un funeral. He visto bodas, fiestas de despedida de solteros, fiestas privadas, camiones de entierro, pero esto no lo había visto nunca. Tocaba parar. Desde lejos, aquí, en éste país no se cortan con el sonido, se oía, a toda pastilla, canciones melodiosas y lentas. Otra boda, pensé. Y según me acercaba, iba viendo un montaje, como piramidal y una carpa de colores. Pero no era una boda. En la pirámide, en lo más alto, habían subido al finado. En la carpa, sentados en rededor de mesas montadas, los familiares, y al fondo, el cantante. Parecía que luego comerían o beberían algo, pero de momento, no lo hacían. Como yo las fotos, que tampoco las hacía.
No fue buen momento, éste, de la mañana. No más de 500 metros después, cuatro personas tenían a una persona desmadejada en la cuneta. No sé si le habrían atropellado o qué, porque no quise mirar demasiado, pero me dejó un poco tocado. Pensando en las desdichas de la vida, pedalee hasta no sé cuando, ni cuantos kilómetros, sumido en pegajosa melancolía, hasta que mis ojos toparon, a la izda, con una familia, que a  lo lejos, disfrutaba de un baño en las pantanosas aguas y, a la derecha, con un par de señoras sembrando arroz. 
Recuperé el calor del cuerpo y abrí mis sentidos. Hoy, podría calificar el día como el de los jelos y las aguas. Separado ya unos kilómetros de la capital, cada niño, cada adulto, cada árbol que me cruzaba, saludaba con un hello. Si se trataba de un poblado o sucesión de casas que hay junto a la ruta, en cuanto el primer niño decía, jelo, éste se transmitía como la pólvora, de casa en casa  y, como a los de las casas más lejanas, les había llegado ya el eco, me encontraba a la chiquillería en la cuneta, saludando sonrientes y compitiendo en volumen para decir el jelo más fuerte. Así, que me he pasado media jornada, con el brazo levantado, diciendo adiós con la mano, como si de un monarca se tratara. Y tan contento, además.
Pues, además, ha sido el día de las aguas. Madre mía que de agua. Si por algo es importante Camboya, a parte de otras cosas que ignoro, o por las que ya he contado, es por la cantidad de gigantescas charcas que tiene. Charcas de kilómetros y kilómetros y ríos y canales. ¡Pero cuanto agua!. Me he imaginado pez y he sonreído, hasta que he visto varios puestos de pescado en las cunetas. A pesar de todo, he seguido sonriendo, pensando que a mí, con tanta agua, no me pescaban ni de lejos.
He cambiado de provincia y he llegado a mi pueblo de fín de ruta para ver, al entrar, una H de hotel, azul y blanca, en la carretera. Me he felicitado por mi eficacia, por la casi exactitud en los kilómetros previstos y por la buena información que ofrece el gugel. Pues, ¡Oh astros y asteriscos del universo!¡Oh, pompas y burbujas de jabón!. ¡Lo único que hay es la señal!. No puede ser. Pregunto y pregunto. Nada. Por fín doy con alguien que habla inglés a la perfección, como yo.
El próximo hotel, el primer hotel a la vista, está a 20 km, en Skun. Quiero batir alas, tirarme de los pelos, revolcarme por el suelo, chillar, reír, llorar. No es que estuviera cansado, no, es que estaba acabado, sin cansancio, pero acabado. La ruta de hoy acababa aquí, y en mi cabeza no existían otras opciones. Y, además, había una señal cuadrada azul, con una H blanca.
Veo un puesto de estruje de cañas de azúcar. A por uno. No son uno, si no dos, los que me tomo. Y a llenar los depósitos de agua fría. Y al grito de "venga juanito, no me seas blandito" y "tira palante, Rocinante", y galletas mediante, que a lo largo del día han ido cayendo, llegamos a Skun. 5 guesthouses tienen aquí. ¿Para que tantas y en en el otro pueblo ninguna.?. Escribiré al gobernador.
Me dan una habitación exterior. Normalmente, es interior y sin ventanas. Pues hoy, de premio, como soy el único huésped, exterior y con dos súper camas. Me ducho, descargo fotos, y salgo a comer algo y a pasear un poco. Cuando vuelvo, son las 18. Estoy viendo las fotos y me estoy durmiendo. Apago el ordenador y me duermo. Me despierto a las dos con el ruido de la lluvia que cae en tromba. Da en las tejados de uralitas de chapa que me rodean y tocan tambores nocturnos. Hago revisión del día que viene y de la ruta hasta Kampog Thom. Veremos. Enciendo el ordenador y me pongo a escribir. Son las 3.23. Voy a intentar pegar una cabezada. Ha dejado de llover.
Cambio de Provincia

La habitación de ésta noche

cometas en la carretera a las 7 de la mañana

Así te preparan la subida a los cielos


Sembrado del arroz



Pueblo rural

laguna verde, laguna marrón

Increible



Venta de pescado en la carretera


Buda, mismamente.

Pueblo y chiringuito de las bodas, al fondo. Lo montan así, en la calle y en Phnom Penh, el otro día, al montar uno cortaron una calle, sin más ni menos.



A la llegada de Skun

Skun

Skun y viajantes en los camiones

1 comentario:

  1. Ya he visto y leido todo y me muero de envidia de la peor, pero aun así te deseo fuerzas y buenos encuentros porque en capacidad de relación y de disfrute, en disposición para encontrar el lado favorable de las situaciones y en valor para encarar lo desconocido, todo ello indispensable para cualquier aventurero que se precie, has sido siempre un maestro.
    Un abrazo desde Artana
    Luis

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