Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














miércoles, 16 de noviembre de 2011

Takeo-Takhmau. 76 km. A las puertas de Phnom Pen. Camboya

Pues la cena de ayer, no fue tan maravillosa como yo tenía pensado. He pasado una nochecita de perros, con unos ardores súper, de lo más interesantes. Vamos, que me he pasado la noche bebiendo agüita para aplacarlos. Ya, a media noche, a eso de las 3, conseguí apagar el fuego y dormir un rato feliz. A las 5,45, me desperté y decidí poner el pie en el suelo para intentar arrancar antes que ayer. Y lo conseguí, si no fuera porque al poner a Rocinante en estado de viaje, ví, con horror, que la rueda trasera, estaba desinflada, pero del todo.
Saca herramientas, saca rueda de la bici, cortate con uno de los piñones y cambia cámara. Circulo de espectadores que se acerca y comentan entre ellos, inflado y recomposición de alforjas y mochila. Al poco de salir, paro a desayunar un magnífico tazón de cosas y en marcha. 
De verdad que intento no parar, para que me cunda más, pero no hay manera. Una fábrica de ladrillos llama poderosamente mi atención, por la forma de los hornos. A mi me parecen torres egipcias e, inevitablemente, tengo que verlo. Están vaciando uno de los hornos. La forma de éste y la colocación de los ladrillos para que se cuezan, me deja boquiabierto. Todos son currantes y no hay problema, pero de pronto llega el jefe, que parece chino y, sin abrir la boca, porque maldita la falta que le ha hecho, me he tenido que ir. Pero ya había satisfecho mi gran curiosidad. Chínchate.
La carretera es plana, como una tabla y, a derecha e izquierda hay arrozales, muchos, todos. Agua y arroz a manos llenas. Las piernas funcionan bien, sin dolores, pero las fuerzas, desde el principio, parece que no son muchas. Estoy hecho un mico. Cuando lleguen las cuestas, me muero. Lo sé.
A ambos lados del a carretera, asfaltada, hay fábricas de objetos para los templos y las tumbas. Tengo que verlo, también. Así no hay quien avance, pero ¿para qué he venido?. Lo hacen con cemento y moldes y les queda muy bien. Después lo pintan. Y a venderlo. Me invitan a café, pero después de la nochecita que he pasado y, teniendo en cuenta que el café me sienta regular, declino la invitación y continuo.
El tráfico es suave, pero aquí parece que les gusta ceñirse al enemigo. Los coches, las motos y los camiones me pasan rozando sin necesidad, digo yo. Menos mal que las alforjas sobresalen un poco de mis piernas, porque la de la izda., la llevo pelada, jajaja. No queda más remedio que acostumbrarse e hilar fino. Por ellos no hay problema, calculan al milímetro, pero el problema soy yo que, a veces, doy bordadas con el manillar y zigzagueo sin querer, pero sin poder evitarlo. Me pasó cuando me adelantaba una moto y, menos mal, que el tío conducía como el Rossi, hizo un quiebro y me esquivó muy, pero que muy bien. "Olé tus cojones", le dije. Y, desde entonces, soy mucho más cauto, ya no bordo ni festoneo. Pero de verdad que ponen los pelos de punta lo cerquita que pasan.
Paro aquí y paro allá, a por agua, a beberme un coco, a comer una galleta, vuelvo a beber agua y veo una silla de peluquero de la época de María Castaña. Pero que cosa más rústica y bonita. Que elementalidad. Los perros de la casa, en Camboya en todas las casas tienen perros, se ponen a ladrar y viene la familia, encantadora a agradarme la visita. Les digo que me gustaría hacerles una foto y, el hombre, descamisado, me pide vestirse. ¡Pero si estoy en su casa!!. ¿Cómo me puede pedir permiso en lugar de mandarme a hacer gárgaras?. No lo puedo remediar, me siento mal, por la intromisión y por la respuesta, tan sumamente amable y cariñosa. Les fotografío y siento muchísimo no llevar una impresora encima y devolverles el cariño y el recuerdo que me han regalado. Gracias.
No he andado ni cien metros y me detengo de nuevo. Debería ir andando, iría más rápido, jajaja. Unos cerditos felices están dormitando en la calle. Tan contentos. Los kilómetros, sin darme cuenta, van cayendo y llevo dos anotaciones en el mapa, para desviarme y hacer sendas visitas interesantes. Más no hay manera. Si pregunto, faltan 20 Km. Si vuelvo a preguntar, a los 15, tengo que volver 7 y luego 3 a la izda. Paso de volver. Me olvido de todo y acelero, picándome con los muchachos que, al salir del colé, a millares, en bicicleta, a veces me tientan. Se ponen detrás, pegaditos. Yo oigo los chirridos de sus bicis y no hago caso, pero siguen, insistentes. No se separan ni un centímetro. Echo una miradita y ahí están. Empiezo a acelerar poco a poco, como sin querer, pero los chirridos aumentan de volumen y siguen pegados. Acelero un poco más y, en ocasiones, se pone uno al lado (esto lo suelen hacer por parejas, debe ser por los relevos). Le sonrío. Bajo piñón y meto pedal, pero el condenado me mantiene la marcha. No me adelanta, no, sólo se mantiene a mi lado. Voy asfixiado, pero no me ganarán. Bajo otro piñón y meto plato grande. La lengua se me sale y estoy en las últimas. Entonces me adelanta feliz, a tope, dando pedales que parece una centrifugadora. Y me rindo. Me ha ganado, el enano.
Generalmente, esto me ocurre con todo el equipo encima, o sea, cargado, pero mira tú, que el otro día, en Kep, me ocurrió lo mismo con Rocinante a palo seco y yo descansado. Iba a la compra, al mercado, cuando de repente, los chirridos. Ese día cambié de táctica, aminoré la velocidad hasta que se me pusieron al lado. Nos saludamos con el consabido y muy utilizado hello y, con una gran sonrisa, les provoqué. Empecé a pedalear más fuerte y, lógicamente, entraron al trapo. Uno de ellos empezó a coger ventaja. Iríamos a 20 Km/h, más o menos. Y me pilló fresco. Plato grande y piñón chico. Te vas a enterar. Me puse de pie sobre los pedales y empujé con todas mis fuerzas, canalla de mí. Por cada tres pealadas que daba el crio, yo daba una, pero avanzaba lo mismo. Se resistió el muy puñetero, pero fue inevitable. Nos pusimos casi a 40 Km/h. Las piernas de él, ni se veían. Las mías, batían las bielas con tanta energía que si me conectan a una dinamo, ilumino la Cibeles. Pero bien sabe el cielo, que si llega a llevar una bici en condiciones, ni le veo.
Vuelvo a parar para ver a unos pescadores después, con el estómago bastante vacío, empiezo a ver chorizos colgados. Es la primera vez que los veo. Por cierto, esta mañana, cuando ví a los cerdos, me vino a la cabeza el porqué de no haber visto un chorizito, ni una morcilla. Se me hizo la boca agua. Y, mira tu por dónde, ahí estaban. ¿pero de qué serían?. ¿Eh?. En uno de los puestos, hay un cartel que seguramente lo explicaba. Lo miro, lo estudio, lo leo, lo imagino, los huelo, pero no huelen como los nuestros, no. Y paso de comerme uno.
Quiero llegar ya. Vuelvo a estar agotado. Me duelen mucho los hombros y los brazos y las manos. Cuando llego, me cuesta encontrar alojamiento, para colmo. Y cuando lo encuentro, me quiero tirar a dormir. Hago un esfuerzo. Me ducho y a pasear y cenar.
Y, mañana, fresco y con tiempo, el ataque a la gran ciudad. Phnom Pen. 
Hoy ha hecho un mes del comienzo de mi aventura. Lo he celebrado con una rica cena a la europea: Huevo frito, carne, patatas fritas y ketchup. 


Arañaza que estaba en mi habitación, además de otros animalillos. 5 cm., entre patas, por lo menos, si que tenía
Los hornos de ladrillos

Así están colocados para su cocción

Piezas desmoldadas para luego ser pintadas


No lo puedo remediar. Los templos y las vacas.

El peluquero, su esposa, los niños y la butaca de trabajo, digna de un museo 

Los 2 cerditos. Al tercero, se lo comieron

Esto es un pueblo. Sin cartel y así. ¿Dónde estoy?

Pescadores, cerrando el paso con una red
No uséis las fotos ni el texto, por favor.

Provincia de Phnom Pen, Yeaaaaa!
Choricillos. Os dejo el texto, para que veáis de que están hechos y no tener que escribirlo otra vez.

Aquí ya hay, chaletes. No llegan a ser adosados, pero llegarán

Y grandes mansiones
Los templos, son más magníficos y sus jardines, pues ya veis.

Rocinante, escondido de él.


Donación de plantas para el templo
secado de sedas

Lavadero de coches y motos. Para cada coche, como 8 personas. Les limpian hasta los neumáticos

Si es que son de cuento.

Mi habitación. 5$.

1 comentario:

  1. Alucinante estas aventuras... Me ha gustado mucho la foto de las sedas... Tiene magia de oriente...

    Y oye,... digo yo, que hay que esforzarse un poco más en esas carreras, eh?... Vengaaaaaa, que representas a España, joiooooo.. jajajaja...

    Ali, la de rodadas, llevaba una bocina infantil para cuando se cruzaba con los niños, asi se distraen con el ruido y no juegan a competir...

    Un abrazo...

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