Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














miércoles, 11 de enero de 2012

Kho Lanta. 2º día. 36 km. Thailandia. Tailandia. Bicicleta

Ha sido una noche de bomberos. Anoche, en la barbacoa, no se que comí, que he tenido fuego en mi interior fuegos artificiales. Jó, con la nochecita, porque bebes agua y no se apagan. Entre eso y que, además, se puso a jarrear de lo lindo y el techo, como todos, es de uralita metálica, ùes me ha dado tiempo a contar todas las ovejas de Australia y Nueva Zelanda juntas.
A la mañana, me había hablado de un bar francés donde ponían ricos desayunos con pan, mantequilla y mermelada. No hay cosa que más me guste que ese desayuno, así que, para darme un gusto, accedí al capricho y aproveché para tirar patas arriba a un jarroncito con rosas que había en la mesa y que no le hizo mucha gracia a la camarera, que me miró como si yo fuera un asesino de jarrones en serie.
Luego pasé por casa para coger el reloj cuentakilometros, la toalla y el bañador y enfilé el camino del Parque Nacional que, al principio, discurre al nivel del mar y paralelo a éste, pero después, poco a poco, va ascendiendo y descendiendo alternativamente a él.
tarareaba canciones e iba feliz del camino y del gusto de la excursión, hasta que giré en una curva y e di de bruces con una cuesta. Dos peatones iban subiendo con gran esfuerzo. Utilizaban piolets y pies de gato, agarrándose, como podían a los pocos salientes que tiene el asfalto. E iban encordados. Un coche, apareció por el horizonte y calló como piedra desde arriba. Di media vuelta y me aleje de allí a toda prisa. Me tenía que preparar. Puse el plato chico y el piñón grande, que ahora considero pequeño. Y dando pedaladas pequeñas y lentas, para no fatigar al corazón, enfilé el comienzo sin problemas. Poco a poco, la rueda delantera se me acercaba a la nariz y la tracción de mis piernas, levantaba ésta un palmo en cada pedalada. Empecé a subir con los ojos fijos en la carretera, sin más esperanza que la de no caer para atrás y partirme el espinazo. Se me cerraron los oidos y se me crisparon los dedos en el manillar, que no sé como no arranqué. Rocinante crugía mientras los peatones, miraban espantados al chalado que les adelantaba. Llegué arriba milagrosamente y más contento que unas castañuelas, continué mi camino. Esperaba que no hubiera más.
La costa era preciosa, y se veían, entre los árboles, playas en calas pequeñas. No había recorrido ni 500 metros y otra cuesta de la misma índole. Esta vez, me lo tomé con más calma y llamé al servicio de emergencias para que vinieran con un helicóptero y me colocaran arriba, no fuera que, después, además, me tuvieran que llevar al hospital aumentara el gasto. No tardaron ni cinco minutos en aparecer y, comodamente sentado sobre Rocinante, que iba cogido por unas cinchas, como se coge a los elefantes, nos depositaron en la cumbre que, aún no estando nevada, hacía que las gentes fueran muy abrigadas.
Por una cuesta de infarto en la bajada, a 55 km/h, descendí e hice un tramo a la altura del mar. Veía montañas delante de mí y me esperaba lo peor. Y llegó. Lo peor, lo más malo, lo imposible. Una tras otra, se sucedían las asesinas pendientes que hacían patinar la rueda trasera, perdiendo la tracción constantemente. En una de ellas, ya no pude más y soltando todo caí a la cuneta donde empecé a rodar entre guijarros. Debido al sudor, me fui rebozando como una croqueta. Eso me salvó, porque me convertí en pelota e hice la baja con suavidad rodadora.
Al poco, llegó un coche de los de aquí, que tienen la parte trasera con remolque. Cuando vio la pelota de gran tamaño en la cuneta, la recogió para llevarla al museo de ciencias naturales y, a Rocinante, que estaba todo tirado en la cuneta, se lo cogió para él. Mientras subía la pendiente, yo me fui desenroscando y sacudiéndome las piedrecillas y cuando llegamos arriba, montado en Rocinante, con un gran salto, nos apeamos del coche sin que el conductor se diera cuenta. Y así, entre unas aventuras y otras, todas distintas en cada cuesta, llegué al Parque Nacional, precedido por una cuesta a bajo de órdago a la grande. Tirando de frenos hasta poner los discos al rojo, fui bajando, pensando en la vuelta y, alejando esos pensamientos pecaminosos de mi cabeza, me fui de paseo para hacer un trekking por dentro del parque. 
Aquí las cosas, las ponen difíciles, pues ya se sabe que, de superar las dificultades, saca el ser humano las satisfacciones. El trekking era tan alocado como el camino de la bicicleta, con subidas y bajadas, despeños, arboles cruzados, como uno gigante y gordo, que para cruzarle, la única forma de hacerlo era tumbándose encima de él, abrazándolo, hasta escurrirse por el otro lado. Lo malo, es que estaba muy inclinado y cuando estaba como un oso panda, abrazado a él, con la bolsa del bañador y el agua, en una mano, la cámara en la otra y la bolsa de los tesoros en bandolera, empecé a escurrirme pendiente abajo, ya que el tronco estaba brillante de tanto repetir el proceso, alejándome de la vereda y metíendome en la selva. Me dio la risa. Era lo único que me faltaba. Abrazado como una lapa a él, intentaba frenar con todas mis fuerzas mi lento desplazamiento. Cuando lo conseguí, había caido casi un par de metros y, a mis lados, había floresta en cantidad. Me dejé resbalar para el lateral conveniente y, pasandolas canutas, volví a la vereda, arañado y contento de haber superado otra prueba.
Llegó el momento de la vuelta y, ante mí, la kilométrica cuesta. Empecé montado, pero a menos de la mitad, descabalgué y, haciendo ímprobos esfuerzos, conseguí remontar empujando. La vuelta fue una sucesión de esfuerzos sobre humanos donde el corazón se escapa de mi cuerpo y yo corría tras de él, para recuperarlo. A cada metro que avanzaba, mis fuerzas iban desfalleciendo y cuando llegué a la casa, casi caigo desmayado, con no sé cuantos kilos menos y con la cara como si hubiera luchado contra mil gigantes y su ejercito de esbirros. Y hubiera ganado, eso sí.
Ha llegado a la casa, otro couchsurfing, francés, Coco, que además habla español y, por la noche nos fuimos todos, excepto,  Luck, a la playa a ver la puesta de sol, que no hubo, y a tomar unas cervezas, donde me quedé dormido en varias ocasiones hasta la hora del regreso. Además, ellos hablaban la mayor parte en inglés y francés y yo estaba agotado para hacer ningún esfuerzo más.
Ahora, Coco y yo, nos vamos de excursión bicicletera hacia el sur de la isla, por el lado Este, para ver el pueblo antiguo, que no estaba en la ruta de ayer, como yo pensaba, si no en la de hoy. Y haber si las cuestas nos respetan un poco o, las alimañas, van a encontrar dos cadáveres en sus cunetas, como no sea que uno se coma al otro, para recuperar fuerzas, jajajaja.















Con el maillot del ganador de la montaña






1 comentario:

  1. "Que son gigantes amigo sancho....
    Que nooooo que son molinos....
    Que si le digo yo...
    Que no le repito a su merced!!"

    Y en estas visicitudes clavo espuelas en su caballo y partio raudo contra ellos....

    Me has recordado a uno de la mancha en semejante faenas... Menos mal que has llegado a Barrio Sesamo y te ha recibido Coco... ahora tendras que aprender lo de arriba-abajo...

    Un placer leer tus cronicas Juan. Un abrazo.

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