Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














miércoles, 21 de diciembre de 2011

Pak Nam Pra-Bam Bo Nok. 83 km. Thailandia

Muy rico desayuno me he preparado esta mañana. rebanadas de pan con mantequilla y mermelada, cafe frio de botella y plátanos. He visto amanecer mientras desayunaba e igual de maravilloso que el desayuno ha resultado el día. Bien alimentado y dormido, el viento soplaba a favor, como todos los días. La diosa fortuna me tiene regalado con buenos vientos portantes que desplazan a Rocinante y un servidor a toda mecha por las carreteras thailandesas. El paisaje, desde el comienzo era embriagador y mi humor iba en aumento a medida que pasaban los kilómetros. Tarareando estúpidas canciones, cuya letra hago rimar a fuerza de sentidos imposibles he topado con un redil de cabras. 
Esto se va pareciendo a Camboya. En el sentido que, desde la carretera vas viendo la economía de la zona. No había un alma, excepto los animales y me metí en propiedad privada. Mientras hacía unas fotos, la cabra jefa, a avisado al dueño del rebaño y, al poco, a aparecido el cabrero, gran persona que sólo me ha regañado con una gran sonrisa.
Trafico prácticamente nulo, buen tiempo y asfalto y paisaje cautivador. Todo me gustaba. Hasta un rebaño de vacas jorobadas que iba por la carretera con una de ellas en actitud desafiante. El pastor, muy profesional, ha gritado uno de esos sonidos que sólo su rebaño entiende y la vaca, dócil, ha girado y ha seguido su camino, entre las demás. Menudo tamaño tienen los machos. No se aprecia en las fotos, pero el más grande, me sacaba un montón de altura y su cuerpo era del tamaño de casi dos toros de los nuestros. Imponía seriamente. 
Me quedé un poco trastocado y tuve que parar a que la madre de Buda me diera un poco de paz. Algo recobré, pero no en su totalidad, ya que una gran serpiente que estaba tras ella no paraba de preguntarle que si yo era de fiar. Por las dudas, salí a escape. Tralarí, tralará, que gozada más buená, cantaba y cantaba. Y más kilómetros que se hacían solos hasta que me detuve en un peladero de cocos. Era una gran industria casera, aclaro. Se partía desde el coco tal cual, sin palmera, hasta acabar en unos lisos y blancos coquitos, vacíos de líquido. Líquido por un lado, cocos por otro y las cáscaras verdes a la furgoneta para, supongo, venderlas para algo. Me llamó mucho la atención como un hombre, desde abajo, tiraba un cesto lleno de cáscaras a otro, que subido en lo alto de la montaña de ídem, recogía con profesionalidad, vaciaba y le devolvía el cesto al de abajo, que repetía la operación. A gran velocidad, todo esto. 
Me dieron un coco con su líquido para que bebiera y luego, recobradas las fuerzas, me invitaron a que tirara yo el cesto cargado al de arriba, jajaja. Lo intenté dos veces. La primeras, cesto y cáscaras no alcanzaron ni al hombre, se fueron por un lateral a hacer puñetas, y la segunda, el cesto le llegó vacio y la materia se fue al suelo, jajaja. Todos los trabajadores se pitorrearon abiertamente de mí, jajaja. Pero fue divertido.
Y más adelante, paré otra vez. El sitio donde trabajaban, bajo un hermoso árbol, era atractivo. Aquí, me invitaron a dos cocos, además de la pulpa. Es increíble el poder energético que tiene este fruto. Con sólo eso, he aguantado prácticamente todo el día, más un churrusco de pan que me sobró del desayuno, y eso que bicicletee y subí a una de las cuevas que tenía marcado en el trayecto de hoy y que resultó duro de narices. 
Cuando llegué al parque natural (también he pasado por dos parques naturales, unidos), había un control en la carretera donde estaban las taquillas. El guardia me pregunta que donde voy. Lo lógico, siendo turista, es decir que al parque, pero yo le dije que a Malaisia. Me miró a mí y a Rocinante, sonrío, me dio una palmadita en la chepa y pa dentro, sin pasar por taquilla. Olé.
Cuando llegué a la cueva, no había ni un alma, más que un hombre que alquilaba linternas. Cogí una y me dijo que 50 bath. Le dije que iba a Malasia. Buen viaje, dijo, 50 bath. Difícil de convencer, tuve que pagar no fuera que me diera un trastazo en las oscuridades, a pesar de que llevo un frontal en la bolsa de los tesoros. He hice muy bien. La entrada a la cueva, era de infarto. Una escalera de las de obra, muy inclinada te sumergía en las profundidades de la tierra y la oscuridad total y el silencio te arropaba muy poco amigablemente. Menos mal que cogí la linterna. Las dimensiones de la cueva, hacían que mi frontal, que también llevaba puesto, no sirviera prácticamente de nada. Estalactitas, estalagmitas, murciélagos y soledad y silencio eran todo cuanto había. Algunos pasos eran verdaderamente estrechos y bajos y llegó un momento, no sé cuando acabaría, que me entró canguelo y decidí que ya había visto bastante. Además, en uno de los pasos bajos me golpee la espalda con doña estalactita, que me hizo ver la intensa luz de las estrellas.
Y el día no paraba de regalarme cosas en unos paisajes espectaculares. Un vivero de algo en un sitio idílico que encontré cuando me metí por un camino, un ataque de moscas y hormigas, cuando me metí por otro y deje apoyado a Rocinante en un árbol. Aquí, los bichitos tienen un sentido de la propiedad muy arraigado y, basta que te apoyes en una planta, que pises su terreno o que te pares a mirar el mapa, enseguida te echan con cajas destempladas de su hogar. Pero es que son carnívoros. Una hormiga amargada, me ha echo sangrar y todo. He tenido que reprendería de malas maneras. Me tienen acribillado, sobre todo las hormigas. Así que, cuando he visto un grupo de monos salir del bosque me ha dado un ataque de susto que casi me meo, jajaja. Pero sólo iban de camino y no se han interesado en mí. Buf.
Buscando otra vez consuelo, me metí en otro templo donde, dos abuelitos muy respetables y grandes, me han imbuido de paz y sosiego. Menos mal. Y a la carretera, cortada casi por un plantel de mujeres, bajo toldo, que estaban seleccionando, por tamaños, gambas. Así, en medio de la carretera, monto mi empresa y a trabajar. Cuánto tenemos que aprender. 
Tenía ya, por estos entonces, un hambre endiablada, porque el paisaje es precioso, pero la ausencia de puestos de comer es total. Y me encontré con Thomas. Un viajero alemán afincado en Israel. Me dijo que en Laos, le habían robado en la guesthouse, y la poli le sableó. No quería saber nada de ese país en su vida. Curioso. Estaba, como yo, encantado con la ruta que llevábamos hoy. Nos separamos en ese momento y no hemos vuelto a coincidir. Claro, que no me extraña, si me voy metiendo por todos los caminos que veo.
Y oigo músicas y cantos en un Templo. Comida, me digo, A ver si me invitan, porque además estaba lleno de coches. Una boda, pienso. Error garrafal. Un entierro. Y querían que me quedara. Já. Por fín, encontré un puesto. Me comí el más rico arroz con gambas, verduras y huevo de mi vida.
Si encontrar comida es difícil, alojamiento barato, más y las cámaras y el ordenador necesitaban electricidad para poder seguir funcionando. Finalmente estoy en un resort de a 350 bath la noche, eso sí, con aire acondicionado y un mosquito que me tiene hasta los….
Y mañana, a buscar un banco urgente. Voy al límite de metálico.









































1 comentario:

  1. Alucinado me tienes con este viaje.... Bueno, me tomo unos dias de vacances....

    ¡Felices fiestas Juan!

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