Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














jueves, 1 de diciembre de 2011

Siem Reap. Templos de Angkor (3ª parte). 39,9 km.

Me quedaba un día de entrada y había que gastarle, que costó muy cara. Además, le he ido cogiendo gusto al asunto de los templos y, cuando no me ve nadie, me visto de naranjillo. Así encajo mejor. Ya digo que, a la postre, monje, jajaja.
Y, además me van a nombrar ciudadano de honor de Siem Reap, dada mi larga estancia en ésta ciudad. Y tengo privilegios. Uno de ellos, es no poder irme de aquí hasta que no tenga mi pasaporte, jajaja.
Aunque parezca mentira, he vuelto a gozar de la excursión y, encima, apenas me han dolido las piernas, nada la cabeza y apenas los brazos. También he vuelto a variar un poco la colocación del sillín porque no termino de ir cómodo y, parece, que algo ha mejorado. Ya veremos cuando pasen los kilómetros.
Para ver los templos hay dos recorridos. Uno grande y un pequeño. Y otros, a invención del que los recorre. Este es mi caso, porque tengo la fea costumbre de meterme por los caminos que van saliendo a mi paso. Me meto, me pierdo, me encuentro y me vuelvo a perder. O me pierdo directamente.
Hoy he parado a ver un templo. He aparcado a Rocinante en un árbol, como hacen los vaqueros con sus caballos y me he metido a verlo. Al salir, me he preguntado: ¿Por dónde he venido?. Por la izquierda o por la derecha?. Ello obedece a que no llevo orden, como digo y lo mismo voy para un lado que para el otro.
Total, que he tenido que mirar las huellas de Rocinante en el suelo y asunto solucionado.
Lo malo de éstos templos es que tienen unas escaleras muy abundantes y con una pendiente del 80%, aproximadamente. Añadir que los escalones, excepto cuando los hacen de madera, o sea, los originales son muy, muy altos. Y las piernas, que llevan millones de pedaladas, chillan en cada uno de ellos. Sin embargo, los japoneses, se los suben de carrerilla, da igual que tengan 150 años. Algunas son muy altas y cuando digo muy altas, digo que, aquellos que sufrimos de vértigo, lo pasamos mal. No tanto al subir, no, porque vas viendo los escalones delante de tus narices, pero al bajar no es así, ves el vacío y me quiero caer a él.
Y para evitarlo, busco una persona, a ser posible alta, que vaya delante de mi. Pero claro, altos, altos, no hay tantos y entonces me tengo que quedar a vivir arriba, hasta que llega alguno, hace su recorrido y luego baja. Si por lo que sea, me agarroto, pues a esperar a otro. Total, que hoy no me he subido nada más que a uno, jajaja.
Resumiendo de los templos. Son magníficos, muchos, variados y, aunque parecidos, si te pones, con cada uno te quedas impresionado.
Hoy, al final de mi recorrido, el templo estaba en una montaña, que no sé si la harían los antiguos con pala y arena, ya que en los alrededores no hay absolutamente ningún promontorio aparte de éste. Y no me extrañaría, ya que los lagos que tienen algunos a su alrededor, casi todos, me he dado cuenta hoy, están vaciados, pues el suelo es plano, como digo. Y en algún lugar tendrían que tirar esa ingente cantidad de tierras que sacaban. No he oído hablar de esto en ninguna guía ni a ninguna persona, pero los arqueólogos deberían estar atentos a esta observación. Escribiré al gobernador para informarle. Lo cierto, es que mientras todo el mundo, subía con la lengua fuera, yo, debe ser por la bicicleta, me lo he subido en cuatro saltos.
Pero no todo han sido templos y japoneses, también ha habido bichitos que hoy se han aliado conmigo para que los viera. No tanto como las culebras y serpientes, las pobres que, como mínimo, cada medio kilómetro veo una aplastada en la carretera. Y ratas. De ambas especies, ves cantidad de despachurramientos y, algunos, con el paso de los vehículos y el tiempo, quedan como fosilizados en el asfalto. Quizás un día dedique unas fotos a éste aspecto, no muy agradable, por cierto.
Sin embargo, una mariposa, mientras hacía las fotos a uno de los templos, se ha posado en mi pie, aunque me los lavo a diario, y me ha dejado fotografiarla a placer. Hemos quedado ésta noche para invitarla a un zumo.
Y mañana, no sé que haré. Ya he visto casi todo. Igual, en lugar de escribir al gobernador, le hago una visita y le cuento, en persona, todas las cuestiones.





























2 comentarios:

  1. Esta cronica dice mucho de ti, una persona que habla con los gobernadores y los insectos, que sube las cuestas sin esfuerzo...

    Venga confiesa!!! tu no eres de este mundo, eh?

    Un saludo :D

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  2. jajaja. Claro que sí. Solo hay que ponerse, jajaja.

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