Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














lunes, 12 de diciembre de 2011

Los dioses están conmigo, de nuevo. ¡Albricias!. ¡Albricias!. ¡Albricias!. Bangkok, tercer día. Thailandia

Anoche, un gran grupo, estuvimos tomando unas cervezas. Eramos un ciento. 3 gaditanos formados por una madre y su hijo, un amigo, creo, 3 alemanes, Jan y dos jovenzuelos, que al terminar los estudios, antes de la carrera, se están dando la vuelta al mundo, Paloma y Carlota y yo. Resultó muy ameno y divertido, contando cada uno su viaje. La madre, el hijo y el amigo, venían a la boda de otro hijo en Camboya que se casa con una camboyana muy buenísima persona, en palabras de la suegra!!!.
Poco a poco, el grupo, se fue disolviendo y nos quedamos, finalmente, Carlota, Paloma (de viaje fin de carrera), Jan y yo. Charla que te charla y risa que te risa, nos dieron las cinco de la mañana.
Para esta mañana, quedamos a las 10. Todos somnolientos y yo muy afónico, que apenas puedo hablar, desayunamos y mojábamos las cabezas en los cafés, nos untábamos la mermelada en las manos y nos metíamos las tostadas por las orejas.
una vez terminado el pringoso desayuno, Jan y yo, nos fuimos al puesto de policía de Khao San, a mirar en el ordenador las direcciones de las tiendas de bicicletas. Mientras él manipulaba en el teclado, yo, sentado y casi cabeceando, cumplimenté que todo el contenido de la bolsa de los tesoros, estaba en su sitio. Esta labor la realizo, al cabo del día, por lo menos 7 o 8 veces. Pero el contenido no estaba completo. Según la abrí, lo ví.
Entonces, el corazón empezó un tumultuoso galope. Las sienes me ardían y el espíritu, me abandonó por completo. No lo podía creer. Hice acto de memoria. Recordaba todos los permenores, pero inexplicablemente, no estaba.
Empece a marearme. Como pude me levanté y me agarré a Jan, por su espalda. No me salían las palabras. Todo me daba vueltas cada vez más deprisa y un sudor frio, arropándome,  me transportó a Siberia. Me empezaba a desmayar. Como pude, y con la ayuda de Jan, me senté y caí hacia delante, sobre la bolsa sin tesoro. Lloré en seco. Ni tenía lágrimas. Los segundos se aliaron con el infinito y mi languidez iba en aumento.
Jan me puso la mano en la espalda y con cariño, me levantó. Pero levantaba a un muerto viviente. Tenía una gran sonrisa en su cara. No pude, ni sentí odiarle.
Metió la mano en su gran bolso y se puso a rebuscar. Yo no conseguía fijar su imagen. Tampoco pensaba. Mi soldados interiores luchaban extenuados por mantener mis constantes vitales. Jan seguía rebuscando y, de pronto, saco su mano, y en ella, mi cartera. Dinero y tarjeta de crédito, o sea, mi viaje, en su poder.
Aunque apenas pude oirlas, en el firmamento, sonaron trompetas, el cielo se abrió y un rayo de sol empezó a calentarme cálidamente. Tampoco esta vez pude llorar, mejor dicho sí lloré, y mucho, de emoción, de agradecimiento, de mi suerte, de lo querido que me siento y, durante un instante, me quedé dormido. Los motores se pusieron en marcha, el corazón empezó a bombear y litros de sangre llenaron arterias y venas. El espíritu volvió y, con su ayuda, recobré la normalidad relativa.
Cuando me levanté, la cartera, que debía de estar a medio bolsillo, se cayó al suelo. Al irnos, miré a la mesa, por si olvidaba algo y vi que estaba vacía. El, hizo lo mismo, pero desde un lateral y, allí, en el suelo, detrás de donde yo estuve sentado, había una cartera.
La cogió y la guardó en su gran bolso. Eran las cinco de la mañana y estábamos todos muy cansados. El y yo, nos habíamos levantado ese día a las 7, porque habíamos quedado a las 8. En ese punto, nos separamos.
Cuando llegó a su hotel, la abrió y casi se muere de su suerte. Dinero en metálico, y más cosas, lógicamente. Pero rebuscando, encontró mi carnet de conducir y, según palabras de él, le salió una gran sonrisa, de la suerte que yo había tenido de que cayera en sus manos. Sin más se durmió. Por la mañana, cuando nos hemos visto, ha esperado a que yo me diera cuenta de su falta, para darme una lección y una alegría. Pero le pilló de espaldas y no vio como palidecía, jajaja.
El resto del día, ha sido muy cansado. Hemos caminado infinitas horas y finalmente tengo guantes y unos puños más blandos.
Esta noche quiero invitarlos a una cerveza. Y una riñonera de calidad, abraza ahora mi tripa. Mañana quiero hacer el habitual repaso de Rocinante, instalar los puños y escribirme el road book de la salida de esta gigantesca ciudad.
He recibido un aviso de los dioses de que he gastado el último comodín. Tomo buena nota.










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