Objetivo:

viajar en la bicicleta, Rocinante, por diferentes culturas. Vivirlas, empaparme de ellas, de la lentitud del viaje, de las sensaciones, olores, sonidos, emociones y consecuencias. Ser esponja del mundo que me rodea en cada momento. Crecer un poco más, para ser más humano, sencillo, abierto. Y compartirlo.
De momento, Vietnam, Camboya, Tailandia, Malasia...














lunes, 24 de octubre de 2011

Nui Sap. Vietnam en bicicleta. 40 km.

40 km de etapa. De nuevo el asfalto y yo, hemos competido para ver quien de los dos se derretía primero. Ha ganado él, pero porque es negro y juega con ventaja. Hoy he salido algo más temprano para evitar el calorazo de la media mañana aunque, como me enrollo, pues finalmente me pilla.
La cosa va viento en popa, tan en popa que no sé a que he jugado o que ha ocurrido. Voy a contar una pequeña anécdota: Una vez, hace tiempo, mi amigo (el pintor de Granada) y yo, íbamos de Granada a Sevilla o a la inversa, lo cierto es que no me acuerdo. Pasamos por Medina Sidonia y continuamos nuestro camino. Era de noche. Al rato, mientras charlamos, volvemos a pasar por Medina Sidonia. Ninguno de los dos dijo nada, aunque en nuestro interior, sabíamos que algo había fallado. Mas tarde, seguíamos charlando y de nuevo, el cartel de Medina Sidonia a la entrada del pueblo. Y ahí si que lo comentamos y nos paramos. Intentamos comprender que era lo que nos hacía dar vueltas a lo tonto. Ibamos dos, y ninguno supo justificarlo ni encontrar explicación. Con las mente alerta y los sentidos despiertos, nos dimos la vuelta, nos negamos a cruzarla de nuevo y, sobre todo queríamos ver dónde nos equivocábamos.
No lo conseguimos, aunque sí que finalmente llegamos a casa. Desde entonces lo comentamos como "La Maldición de Medina Sidonia".
Hoy me ha pasado lo mismo. Con una gran diferencia. Aquí no conozco el país, no hay señales que indiquen en que pueblo estás y entenderse con la gente es extraordinariamente difícil, al menos para mí. La razón es que, o se niegan a que les preguntes, en cuanto te ven cara de extranjero, o siempre te dicen que sí. Da igual que señales para la derecha que para la izquierda. O que les enseñes el mapa. Y además hablándote mucho en vietnamita, pero mucho. Yo, también les hablo en español, claro. No tanto como ellos a mí. Es que ellos están en su país y tienen todo el derecho del mundo.
Como no suelo fiarme, pregunto varias veces, lo que no es signo de acierto, pero al menos, reduces algo las posibilidades de error. Hoy no he tenido suerte. O sí. Quien sabe.
Lo cierto es que tenía pensado salir de Lap Vo y llegar a Tri Ton (jejeje). Por medio debía pasar por un par de referencias que había visto en maps. Pere hete aquí que, según me iban informando, había cogido otra carretera e iba camino del mar, a Rach Gia. Pues bueno, tampoco es mala solución, pensé. Como voy prontito, paseo y baño, después de lo del hotel.
En esas condiciones, cantando como chicharra, de cuando en cuando, pero contento por llegar al mar, he pedaleado y pedaleado, sin mirar el relojillo, que me lo tengo prohibido, para no sufrir.
La carretera era infernal. estrecha, con el asfalto prácticamente inexistente, llena de baches y charcos y con polvo, de regalo. Bueno, me dije, el mar te espera!.
Pedalee hasta comenzar a oír una música electrónica a lo lejos. Cuanto más me acercaba, mas volumen. Desde donde yo estaba, sólo veía unos camiones de obras parados a la izda. y parecía que la música salía de detrás de ellos. ¡Pues vaya la que tienen montada los obreros!, pensé.
Llego a los camiones y, justo detrás de ellos, un cartel de una boda y un grupo de gente pasándoselo en grande.
Me paro a mirar y dejarme ver, por ver si la suerte me tienta y me invitan. Me hacen señales y saludos pero no terminan de invitarme. Se ríen y bailan. Estoy así unos minutos, con cara de lelo risueño, pero nada. Y meterme por la cara, me parece inadecuado.
Preparo finalmente el pedal de arranque, o sea, lo levanto a mitad de camino, y echo a andar. Pero en lugar de seguir para adelante, giro sobre mi mismo y hago como que voy para atrás. Entre los cañizos me parece ver que alguien se ha levantado y viene hacia la carretera. Me hago el remolón. Y, efectivamente, aparece un buen hombre haciendo gestos inequívocos de que vaya con él. Me señalo a mi mismo con cara de sorpresa. ¿Yo?.
Entre tanto ha llegado a mi. Me coge del brazo y me señala para dentro, invitándome. No me queda más remedio que aceptar. Dejo a Rocinante en una pradera cercana.
Estaba con la garganta seca y me invitan a una jarra de cerveza. Me la tengo que beber. Todos se viene a mí. Soy la gracia del grupo. Me empiezan a dar manos unos  otros. Me sientan en la mesa de los mayores y me traen un pescado, tamaño dorada grandecita, pero con la piel como llena de pinchos. Me ponen otra jarra y me dan un juego de palillos. Como aún no se usarlos, hago gestos de que, jajaja, no sé usarlos. Ni corto ni perezoso, el que está a mi izda., coge mis palillos, trinca con una habilidad pasmosa un trozo de pinchos y me los mete en la boca, como a un bebé. Todos miran. Yo también, pero a los pinchos. Cierro la boca con ellos dentro y todos me miran esperando mi aprobación. Los mastico. Ohhhhh, no pinchan apenas, son blandos y están deliciosos. Me da palilladas de pinchos y de magro, alternadas. Está riquísimo. Vienen los jóvenes a buscarme.
Me sorprende que apenas haya mujeres. Es más, sólo hay 4 o cinco y por los maquillajes, que el cielo me perdone, pero parecían pilunguis. Debe de ser una fiesta de despedida de solteros. Hay algunos bastante mamadetes. Los que bailan, también cantan. Debe ser como los Karaokes. Me desafían a que no salgo a bailar. ¡A quien se lo han dicho!.
Salgo, ponen música y una de las chicas empieza a cantar. Empiezo a mover la cadera, haciéndome el gracioso y acierto, en parte. Se desata la histeria. Todos aplauden, y se incorporan a la pista, pero el movimiento de cadera ha desatado los instintos de un par, como mínimo, de locas. Uno, abuelete, no hace más que darme golpecitos, algo así como hale, hale. Otro, éste mucho más joven y con la cara inequívoca de lo que es, viene, me coge de la mano y me quiere llevar con él. Me da un ataque de pánico. Tiro para atrás, e intento soltarme la mano, pero tiene más fuerza que yo. A todo esto, todos jalean. Quizás debería ponerme en mi sitio, pero dejo a ver que es lo que quiere. Sólo quería una foto conmigo, jajajaja. ¿A ver que hace con ella?.
Vuelvo a la pista para despistarle y hacen un corro de canto. Van pasando el micro al siguiente hasta que me toca a mí. Se creen que no lo iba a coger, pero la cerveza me ha aclarado la garganta y tengo ganas de demostrarlo. Los comienzos no son buenos, pero enseguida cojo el tono y me hago una improvisación, mala pero resultona. Chillan com locos y locas. La cosa empieza a desvariar, los julais me miran descaradamente, las chicas me empiezan a vacilar y los chicos no paran de hacerme señas de que haga, algo, no se a que se refieren, con esta o con la otra.  Me pegan a ellas para hacerme una foto. Me traen otra cerveza. Es la señal, me digo.
Voy del tirón a la mesa de los mayores, junto las manos delante del pecho y hago reverencias a la par que, uno a uno, les voy dando la mano. El del pescado me mete otro trozo en la boca. Y otro me trae otra cerveza más y quiere que me siente.



Salgo como puedo, ensillo a Rocinante y consigo alejarme, camino de la soñada playa, bien hidratado y razonablemente comido.
Por fin llego a un pueblo. No se porqué, imagino que el mar está detrás de unos árboles que se ven a lo lejos. Atravieso el pueblo y voy en busca de los árboles. Detrás de esos árboles hay otros árboles. Por el camino he visto algo así como un parque de diversiones. Empiezo a estar agotado y no noto la humedad del mar ni el sabor en los labios. Debe de ser así, por aquí, con tanta humedad, el mar no se nota.
Veo un monasterio. No puedo más. Me meto en él. Un monje, creo que es el jefe, me invita a un té. Debo tener muy mala cara. Estoy asfixiado. Luego me trae pastas, que no pruebo. Cuando se me pasa la fatiga, cojo el mapa, para que me diga dónde está el mar. Mi mira como si estuviera en éxtasis. Me señala un pueblo, por el que, supuestamente, ya he pasado hace por lo menos dos horas y luego señala al suelo.
Apunto a mi vez, con mi dedo al pueblo y luego al suelo y, levantando las cejas, digo ¿sí?. Y me responde que si. El mar está a 40 km.
Me quiero echar a llorar, pero en su lugar, saco el libro de vietnamita y le pregunto por un hotel. Coge su bicicleta y me acompaña él mismo. Muchas gracias!!!.
El hotel está pegado al parque de diversiones que vi antes. Es un viejo parque, para niños, bastante descuidado, pero bonito. Mientras voy paseando, escucho cantar a un hombre y una mujer, en vietnamita, acompañados por una guitarra. Es bonito. Poco a poco me voy acercando hasta ellos. Son un grupo de hombres, pienso que de negocios, celebrando algo. Los que cantan lo hacen muy bien. Me quedo mirando. Y me vuelven a invitar. Otra cerveza y también algo de comer. (Yo había dejado de beber, alcohol, me refiero). Es tan bonito que tengo que grabarlo. Saco la máquina de video, grabo un tema, dos, a ellos cuando brindan, a ellos cuando me echan... Nos damos todos las manos muy amistosamente y me voy.
Ahora toca preparar la ruta de mañana, recoger el culotte y la camiseta, que lavé nada más llegar y dormir, que el día ha sido largo.
PD. Por cierto el parque de diversiones es una de las referencia que traía apuntadas y que creí que ya no vería. ¡Vueltas da la vida!













1 comentario:

  1. ¡Vaya aventura!!!

    Me han gustado mucho las fotos de la construcción de la barca, y esa curiosa blancanieves...

    Cuidate, que se empieza por una cerveza.... Y ya sabes "Conductorrrrr, amigo, conductorrrrrr...."...

    Un abrazo :D

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